La pregunta por la utilidad es siempre inquietante. A nuestra tradición cultural no le hace gracia preguntarse por la utilidad de las cosas. Lo percibe como un rasgo amoral, como una suerte de aprovechamiento pícaro. El que mira la utilidad de algo persigue intereses o enmascara bajo esa forma una ventaja individual. Cuando el interrogante acerca de la utilidad refiere a cuestiones de temperamento político, la cosa se pone más interesante.
Para alguien como yo, que pretende ser leído desde dentro de la tradición pragmatista, esta inquietud inicial se vuelve, además, un desafío. Para los pragmatistas, la pregunta por la utilidad es la pregunta por lo concreto y lo adecuado, es la pregunta por la acción, y por eso es también la pregunta por el poder. Entonces, ¿Cómo plantear un texto que, sin abandonar un tono crítico imprescindible, no tiña a la totalidad de un ejercicio fatalista que impida el vuelo de la libertad del pensamiento?
¿Cómo dar esperanzas sin ningún dato con el que sostenerla?, podría ser otra manera de decir lo mismo.
La convocatoria no me deja otra posibilidad que la de hacer trampa. Necesito, para que la respuesta tenga algún valor, sustituir el tiempo presente de la proposición y ponerlo en potencial. Así, el interrogante se ilumina un poco. ¿Para qué podría servir el radicalismo?
Me gustaría empezar estableciendo dos pequeñas notas al pie que, a mi entender, son indispensables para pensar el radicalismo de hoy y del futuro. La primera de ellas es la llamativa y persistente presencia de hombres y mujeres, un poco más o un poco menos jóvenes, que se sienten convocados por la historia, la ficción (qué partido no la tiene, la alimenta y la difunde) y el potencial de la UCR. Los más valiosos que yo he conocido se dicen y se piensan a sí mismos como radicales.
La otra, tal vez con un enlace mágico con la anterior, es la obstinada tendencia de la historia argentina en no terminar de destruir el mito radical. La lógica de indultos de los que ha gozado el radicalismo es un poco inexplicable, sobre todo teniendo en cuenta el nivel de abandono e indefensión al que el partido arrojó a una enorme cantidad de personas que confiaban en su capacidad de representación.
Pero por inexplicable que a quién escribe le resulte, el radicalismo es un partido vivo, con amplitud territorial, con alguna rutina de funcionamiento y con grupos juveniles que nos convocan a los que ya no lo somos tanto a decir alguna cosa y a pensar juntos.
Desde donde miro las cosas, el radicalismo puede ayudar en dos aspectos. El primero de ellos desafía un discurso muy instalado, sobre todo en los espacios juveniles. Creo que el fortalecimiento del radicalismo va de la mano de una demolición de la idea de militancia y de las concepciones sobreideologizadas de la experiencia democrática. La figura del militante opera, de algún modo, como el actor de la ideologización. Es alguien que no puede vivir sin lo que hace, pero no por imperio de la pasión sino de la inevitabilidad. No contento con eso, establece una suerte de parámetro moral a partir de su idea de vida, lo que convierte al no militante en alguien con poco compromiso o, incluso, con alguna que otra fisura moral. La vida democrática contemporánea no necesita de militantes, es más, paga su presencia con empequeñecimiento. Las dinámicas de construcción de la subjetividad y de su relación con lo público no requieren hoy de las miradas rígidas y faltas de interrogaciones clásicas del militante. Por otro lado, y para empeorar las cosas, el militante ve alguna bondad en que todos hablemos de política al mismo tiempo y que la vida de las personas se vea interpelada permanentemente por esa dimensión. Dicho en otras palabras, mientras la sociedad busca alternativas, crea condiciones diferentes para desarrollar su vida privada e imagina experiencias nuevas, el militante se siente seguro en su universo de ideas y pretende reducir toda subjetividad al juego de la política. La democracia de hoy, al menos la que imagino como más bella, necesita de escritores, de poetas y de pintores y científicos, más que de militantes.
Luego del trauma de la experiencia del kirchnerismo, el radicalismo podría ser muy útil si se dedicara a evitar las sobreideologizaciones inútiles. Es difícil, porque sobre todo sus sectores juveniles están muy comprometidos en el error de imaginar al radicalismo como un partido con fuertes antecedencias ideológicas. Más allá de constituir un error histórico un tanto inadmisible si se tuvo la suerte de terminar el ciclo secundario, percibir al radicalismo desde la socialdemocracia, el progresismo u otras calificaciones por el estilo no ayudan en nada. Mucho menos lo serán ubicarse en la izquierda o la derecha política. En rigor de verdad, estas consideraciones universales sirven mucho más para evitar un verdadero examen de lo que hace que para explicar sus consecuencias. Puesta la virtud en el lado izquierdo de las cosas y la maldad en el derecho, ya no importa tanto ni lo que hago con los fondos públicos, ni cómo financio mi actividad política ni de qué modo armo una lista legislativa.
Los aportes más fuertes, si existen, serán los que estén dispuestos a discutir la pertinencia de las categorías con las que hablamos de política en Argentina. Las distinciones rígidas, rancias y falsas del pasado no vuelven a nadie más virtuoso. Las sobreideologizaciones llevan, casi siempre a no poder establecer si se está más cerca o más lejos de los objetivos políticos. Si los radicales dejan de sentirse portadores de una identidad única y se dedican a ver el modo en que pueden ser útiles en las distintas formas políticas en que se expresa la crueldad, la política argentina ganaría un actor indispensable.
El otro gran aporte del radicalismo del futuro, a mi entender, es el de colaborar en construir la cultura que promueva la emergencia de una vida democrática posperonista. La apelación a la cultura está lejos de ser un guiño intelectual o un signo de época. Realmente creo que la política –tal y como se la entiende habitualmente- es parte del problema y no de la solución. La política nos ha traído hasta aquí y ahora no tiene ni la menor idea de cómo sacarnos.
Apuesto por la imaginación cultural, entendida como la dibujó Richard Rorty en “Pragmatismo y Política”, es decir, como aquello que es propio del animal humano y que es útil – otra vez la utilidad- para producir colaborativamente una conversación pública que mejore la vida democrática. Este tipo de experiencia, este lugar, es el que está mejor preparado para alisar el terreno que permita construir una sociedad política que se libre de su mayor obstáculo. El fundamental aporte que puede hacer el radicalismo desde su historia, con su tradición y con su futuro es, -instalado en esta forma de la cultura- colaborar en la tan improbable como necesaria tarea de abrir la posibilidad de desperonización de la vida política argentina.
Junto a otros, junto a los que crean que éste es el problema y el estigma conservador de la Argentina, el radicalismo tiene que buscar con creatividad y esperanza formar parte de un gobierno lo suficientemente bueno, prudente y liberal que nos permita ir dejando atrás el eco populista y autoritario, envejecido y tenebroso del peronismo. A partir de ahí, hay que dejar que los historiadores hagan su trabajo y nosotros dedicarnos al nuestro, encontrar las flores en las grietas.
La utilidad del radicalismo seria :
* desideologizar
* desperonizar
La dimensión creativa de la que hablas estaria por el momento puesta al servicio de deshacer lo que a muchos nos parece algo bueno
Una lastima
Es propuesta es muy elitista. “Qué vengan los intectuales, rajen a los militantes”. Es tipo Coalición Cívica y ahí se ve el fracaso de la falta de militantes, no hacen política, no tienen discurso, a los que sabían los reemplazaron por amigos y la absoluta falta de renovación. Falta la descripción de este actor político que no militaría. No coincido en que haya una fuerte ideologizacón en la UCR y menos en su juventud. El sello de socialdemócrata queda finoli pero hasta ahí llega. La derrota del alfonsinismo y la desaparición de la Coordinadora hizo que recuperara espacio la moderación del discurso radical. Es muy difícil distinguir un radical joven o mayor de otro del PRO. Ganaron los que piensan que gobernar es alumbrar y nada más.
Coincido en gran parte, actualmente, y desde hace ya muchos años se vive en la argentina un proceso, de lo que yo llamo, “futbolización de la politica”, esto es tremendamente grave, en la música hemos visto un fenómeno similar hasta que ocurrió lo de cromañón, impulsado desde el gobierno nacional, ha desvirtuado la calidad de militante, como cuadro político, como sujeto capaz de analizar la realidad de manera de poder desarrollar programas que tiendan a mejorar la calidad de vida de la gente.
Ahora bien, creo en una sociedad de partidos políticos, compuesto por militantes capaces de pensar y de actuar para una mejor sociedad, en ese sentido el radicalismo debe recuperar la formación interna y para esto debe, desde su seno, impulsar la renovación de caras, prácticas y estilos, de manera de evitar, que este terreno sea impulsado por partidos como el PRO o Coalición Cívica, que se conforman como PyMes, que obedecen a su creador, y su existencia está íntimamente ligada al éxito de su “gerente”.
Juan Muñoz
“Es muy difícil distinguir un radical joven o mayor de otro del PRO. Ganaron los que piensan que gobernar es alumbrar y nada más”
Braulio
A que te referís con “futbolízacion de la politica”?
Entender a la política, solo como actividad de masas y mística impostada, el pensar al militante, solo como alguien que “aguanta los trapos”, y no como un sujeto pensante.
La falta de consignas claras, como fueron los 70 o los 80, llevó a que la diringencia actual (fundamentalmente el gobierno nacional), haya visto la necesidad de recrear una militancia funcional, estructurada bajo preconceptos falaces y que, a su vez, no sostienen ninguna posibilidad al menos de ser discutidos, solo por que se entienden desde el fanatismo (futbolero) y no desde la razón, ni siquiera desde la lógica política