El radicalismo ha tenido históricamente a la educación como bandera y eje de las transformaciones culturales, sociales y políticas de nuestra patria.
Sus gestiones y propuestas han sustentado a través del tiempo las renovaciones pedagógicas, los vínculos entre docentes y alumnos, la participación de estudiantes y graduados en el gobierno universitario, la vinculación de la Universidad con el resto de la sociedad.
La Reforma universitaria del año 1918 fue el origen de todas las luchas por la renovación pedagógica, la autonomía de la Universidad y el pensamiento crítico en los estudios superiores, entre otros valores.
Durante las gestiones radicales entre 1916 y 1923 se incrementaron el número de establecimientos y la cantidad de alumnos escolarizados, a la vez que se redujo el analfabetismo. La nota más significativa fue la creación de 37 escuelas de artes y oficios. Se simplificaron los criterios de ingreso y los planes de estudios sufrieron importantes modificaciones. Pero el paso más trascendente fue la creación de nuevas universidades.
El nuevo estilo de política popular que propició el radicalismo de principios de siglo XX iba acompañado de una participación mucho mayor de los grupos estudiantiles que antes habían sido relegados a un papel indirecto o sólo ocasional. Los radicales veían en ello el síntoma de un nuevo espíritu democrático de la escuela.
La democratización del vínculo pedagógico incluyó una mayor autonomía de la escuela, el rechazo al enciclopedismo y al verticalismo del sistema, y la propuesta de un método de aprendizaje vinculado al hacer y a la experimentación.
Si bien la escuela primaria no presentó mayores transformaciones durante las presidencias radicales, sí existió un conjunto de experiencias alternativas, tanto dentro como fuera del sistema educativo, que se basaron en estos principios.
La gobernabilidad y equidad del sistema educativo, la distribución de los saberes con igualdad de oportunidades para mitigar las brechas entre los que más saben y los que no tienen conocimientos, han constituido valores democráticos sostenidos por el radicalismo hasta nuestros días.
Un ejemplo fue el gobierno ejemplar de Arturo Umberto Illia en educación. El presupuesto destinado a educación y cultura fue del 25%, el mayor de la historia argentina. La inversión en construcción de escuelas se decaduplicó, y se destinó principalmente para la educación primaria en el interior del país. Se instalaron 1500 comedores escolares. Se proveyó a más de 50.000 chicos de guardapolvos y equipos de gimnasia, y útiles escolares a unos 500.000 niños.
En Capital Federal y conurbano fueron puestos en funciones 12 centros médico-odontológicos para controlar la salud de los escolares.
El impulso dado a la educación técnica registró un aumento del 620% en el rubro inversiones para la incorporación de equipos en talleres y laboratorios, creciendo también en un 320% el capital aportado para el funcionamiento de comedores para estudiantes secundarios rurales.
La universidad con plena autonomía también avanzó en su nivel de enseñanza, prestigiándose internacionalmente. Tal es así que de 1963 a 1966 en la Universidad de Buenos Aires se graduaron cerca de 40.000 profesionales, logrando la más alta promoción hasta ese momento. El inicio de la construcción de la Ciudad Universitaria representó otro logro.
El país se lanzó a un intensivo programa de alfabetización. Incluso se llegó a establecer en la Antártida Argentina una biblioteca pública, primera en su género.
El triunfo del radicalismo y la llegada de Alfonsín a la presidencia de la Nación en 1983 representaron para la sociedad argentina (y fundamentalmente para la educación) el nacimiento de una manera nueva de pensar la convivencia social y política, basada en la valorización del pluralismo, el respeto por las leyes y la libre expresión de los diferentes puntos de vista. La valorización de la democracia, la defensa de los derechos humanos y una convocatoria abierta a la participación significó un reencuentro con principios básicos a partir de los cuales podría volver a facilitarse la construcción de una sociedad democrática. Y nuevamente fue la escuela pública la institución fundamental en la trasmisión de estos valores.
El Congreso Pedagógico que en su gobierno debatió y avanzó en una serie de cuestiones educativas importantes, se abrió con las mismas herramientas convocantes: la elaboración de propuestas y lineamentos generales para reformar la educación con la amplia participación de los diferentes sectores de la sociedad. La organización de las universidades también forma parte de los logros de esa época en materia educativa.
Las figuras de Illia o Alfonsín y la de otros referentes radicales nos conectan con un pasado, no para la nostalgia o para la imitación sino para recuperar sus logros, para transferir la esencia de sus méritos: supieron interpretar el momento histórico, comprendieron a la sociedad argentina, diagnosticaron sus fortalezas y debilidades y trabajaron con ética y compromiso para su recuperación. Instalaron una manera nueva de pensar y transitar la convivencia social y política, basada en la valorización del pluralismo, el respeto por las normas y la libertad de expresión. Defendieron las instituciones de la República y los valores democráticos que las sostienen. Fomentaron el respeto a la Constitución y a los convenios internacionales y trasmitieron la ética y la transparencia como herramientas fundamentales de gestión. Y lo más importante: sostuvieron a la educación como eje transversal de todas las acciones.
Nuevos desafíos se imponen a las propuestas del radicalismo en tiempos de incertidumbre democrática e institucional.
La recuperación de años perdidos en materia educativa representan mucho más que las incertidumbres económicas y políticas de la última década, porque modificar los rumbos y las políticas educativas significan partir de aceptar, entre otras carencias formativas, que existe una parte de una generación olvidada, expulsada de la escuela y del mundo del trabajo, y con escasas posibilidades de insertarse activamente en la sociedad. Son el millón y medio de jóvenes que no trabajan ni estudian en la ya famosa década perdida.
Modificar las prioridades políticas para sostener a la educación como eje de la transformación implica la construcción de un nuevo paradigma educativo: “educar es más que escolarizar”. Que la escuela recupere la valoración social, reconvirtiéndose en una institución confiable, capaz de contener y asistir pero esencialmente centro de aprendizaje y de la trasmisión democrática del conocimiento. Educación para todos, sí, pero de calidad para que la meta de la equidad y la inclusión sea posible.
Hoy, al hablar del relato en política y fundamentalmente en política educativa después de 10 años de gobiernos peronistas, se asocia a discursos alejados de la realidad y en muchos casos en contraposición con ella.
El radicalismo tiene políticas educativas construidas en sus ideales, en experiencias de gestión y en resultados. En propuestas transformadoras pensadas en una sociedad real para una sociedad mejor.
Y cuando nos preguntamos ¿radicalismo, para qué? sabemos por historia y convicción que el radicalismo es necesario para impulsar la universalidad de la educación, y de los derechos individuales y sociales; la autonomía de las instituciones educativas, y con ello la autonomía de las instituciones republicanas; para sostener la institucionalidad y gobernabilidad del sistema educativo, y de la democracia en general; para garantizar la convivencia escolar, y así asegurar la convivencia social; para defender el pluralismo ideológico en los ámbitos educativos, como en toda la sociedad; para asegurar la trasmisión equitativa y responsable de los saberes, y la igualdad de oportunidades. Para recuperar la educación. Para transformar la República.